"A los humanos nos ha costado miles de años explorar nuestro propio planeta, y siglos entender los planetas vecinos, pero en la actualidad descubrimos mundos nuevos cada semana. Hasta el momento, los astrónomos han localizado más de 900(931confirmados+3602candidatos=4533) exoplanetas, mundos que orbitan alrededor de estrellas que no son nuestro Sol."
Sólo 11 exoplanetas han sido fotografiados hasta el momento, todos ellos grandes, brillantes y convenientemente alejados de sus respectivas estrellas. Los otros han sido detectados en su mayoría gracias a la técnica de la espectroscopia Doppler, que consiste en analizar la luz estelar en busca de indicios de que una estrella muestre una levísima oscilación causada por el campo gravitatorio de sus planetas. En los últimos años los astrónomos han refinado hasta tal punto la técnica Doppler que ahora pueden determinar si la estrella se desvía apenas un metro por segundo de su movimiento previsto, más o menos la velocidad de un ser humano caminando. Eso es suficiente para detectar un planeta gigante en una órbita alejada, o un planeta pequeño muy cercano a su estrella, pero no para descubrir un mundo como el nuestro que esté situado a una distancia de su estrella comparable a los 150 millones de kilómetros que nos separan de nuestro Sol. El tirón que ejerce la Tierra sobre el Sol se traduce en un desvío de apenas una décima parte de la velocidad de un hombre andando. Los astrónomos aún no pueden detectar una variación tan ínfima en la luz de una estrella distante.
Otro método consiste en observar una estrella para detectar la levísima disminución periódica del brillo que se produce cuando un planeta en órbita pasa por delante y bloquea una fracción de su luz. Como mucho, sólo una décima parte de todos los sistemas planetarios están orientados de tal forma que esos minieclipses, llamados tránsitos, son visibles desde la Tierra, lo que significa que los astrónomos tienen que observar con paciencia muchísimas estrellas para captar sólo unos pocos tránsitos. El satélite francés COROT, que ahora se encuentra en el tercer y último año de su misión principal, ha descubierto siete exoplanetas gracias a sus tránsitos, y uno de ellos es sólo un 70 % más grande que la Tierra.
El satélite estadounidense Kepler es el sucesor más ambicioso del COROT.,Lanzado en Marzo del 2009,es esencialmente una gran cámara digital con un fotómetro de 0,95 metros de diámetro y un detector de 95 megapíxeles. Cada 30 minutos toma imágenes de gran campo, que captan la luz de más de 100.000 estrellas en una sola área de cielo entre las brillantes estrellas Deneb y Vega. Desde la Tierra, unos ordenadores efectúan el seguimiento del brillo de todas esas estrellas a lo largo del tiempo y alertan a los operadores cuando detectan la ligera atenuación que podría delatar el tránsito de un planeta.
Como la atenuación también puede deberse a otros factores, tales como las pulsaciones de una estrella variable o una gran mancha solar moviéndose sobre la superficie de la estrella, los científicos del Kepler sólo anunciarán la presencia de un planeta cuando hayan observado su tránsito un mínimo de tres veces; una espera que puede ser de unos pocos días o semanas para un planeta que orbite a poca distancia y a gran velocidad alrededor de su estrella, o de varios años para un gemelo de la Tierra. Combinando los resultados del Kepler con las observaciones Doppler, los astrónomos esperan determinar el diámetro y la masa de los planetas cuyos tránsitos observen. Si logran descubrir un planeta rocoso, más o menos del tamaño de la Tierra y en órbita dentro de la «zona habitable» (ni tan cerca de la estrella como para que el calor haya evaporado toda el agua del planeta, ni tan lejos como para que no haya más que hielo), entonces habrán hallado lo que según los biólogos podría ser un lugar prometedor para la vida.
Los mejores terrenos de caza podrían ser las estrellas enanas, más pequeñas que el Sol. Las hay en abundancia (siete de las diez estrellas más cercanas a la Tierra son enanas M), gozan de una vida larga y estable y proporcionan un suministro continuo de luz solar a todos los planetas que puedan ocupar la zona habitable y albergar vida. Más importante aún para los cazadores de planetas es que cuanto más tenue sea la estrella, más cerca estará la zona habitable (las enanas tenues son como una hoguera en un campamento, a la que es preciso acercarse para no pasar frío), por lo que será más fácil que la observación de tránsitos arroje resultados positivos. Además, un planeta más cercano ejerce mayor tirón sobre su estrella, por lo que su presencia resulta más fácil de confirmar utilizando el método Doppler. De hecho, el más prometedor de los planetas hallados hasta ahora, la «supertierra» Gliese 581 d, con una masa siete veces la de la Tierra, orbita en la zona habitable de una enana roja cuya masa es sólo una tercera parte de la del Sol.
Si se hallaran planetas semejantes a la Tierra dentro de la zona habitable de otras estrellas, quizás algún día un telescopio espacial diseñado para buscar señales de vida podría captar el espectro de la luz procedente de cada uno de esos planetas y examinarlo para detectar posibles signos de actividad biológica, tales como metano, ozono y oxígeno atmosféricos, o el «límite rojo» producido cuando las plantas fotosintéticas que contienen clorofila reflejan la luz roja. Captar y analizar directamente la luz reflejada por un planeta situado junto a una estrella diez mil millones de veces más brillante no será tarea fácil. Pero durante los tránsitos, la luz estelar que atraviesa la atmósfera del exoplaneta podría ofrecer pistas sobre su composición que quizás un telescopio espacial sería capaz de captar.
Mientras intentan superar el enorme desafío tecnológico de efectuar análisis químicos de planetas que ni siquiera pueden ver, los científicos que buscan vida extraterrestre deben tener en cuenta que esa vida puede ser muy diferente de la que conocemos en la Tierra. La ausencia del límite rojo en un exoplaneta terrestre, por ejemplo, no tiene por qué significar ausencia de vida: en la Tierra la vida floreció miles de millones de años antes de que aparecieran las plantas y poblaran los continentes. La evolución biológica es tan imprevisible que aun cuando se hubiera originado vida en un planeta idéntico a la Tierra al mismo tiempo que aquí, esa vida sería hoy casi con seguridad muy distinta de la terrestre.
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